Ir al contenido principal

La caja de tachuelas que me salvó… y que también tuve que soltar

Durante años, viví protegida por una armadura invisible. Me volví experta en detectar el peligro, en controlar cada detalle, en mantenerme firme aunque por dentro me estuviera desmoronando. Crecí con heridas profundas, de esas que no se ven pero que moldean todo. El trauma en mi infancia me enseñó a sobrevivir, y para hacerlo, armé mi propia caja de herramientas: la desconfianza, el silencio, el alejamiento emocional. Me sirvieron. Me salvaron. Pero también me encerraron.


Hace un tiempo descubrí algo que me dejó pensando: el Efecto Einstellung. En los años 40, un psicólogo llamado Karl Dunker hizo un experimento con una vela, una caja de fósforos y una caja de tachuelas. El reto era fijar la vela a la pared sin que la cera cayera sobre la mesa. La mayoría intentó lo complicado: clavar la vela o pegarla con la cera derretida. Nadie veía lo más simple: usar la caja vacía de tachuelas como soporte.

Eso hacemos muchos de nosotros: usamos lo que conocemos, aunque ya no funcione. Repetimos las mismas soluciones una y otra vez. Porque alguna vez nos sirvieron. Porque ahí nos sentimos seguros. Porque el trauma nos enseñó a desconfiar de lo nuevo.

Yo también lo hice. Me aferré a mecanismos que en mi infancia eran vida o muerte. Pero un día entendí que seguir usando esas “tachuelas” me estaba alejando del tipo de vida que quería. Que ya no era una niña. Que ya no tenía que esconderme ni defenderme de todo.

La sanación me mostró algo distinto: que también se puede vivir sin miedo, que la fortaleza puede transformarse en libertad. Que el control puede soltar, que el silencio puede abrirse, que confiar —aunque dé miedo— también puede ser medicina.

No se trata de olvidar lo que pasó. Se trata de no vivir atada a eso. Hoy sé que no necesito seguir usando las mismas estrategias. Puedo elegir otras. Puedo tomar la caja, vaciarla, mirarla de otra forma y construir algo nuevo con ella.

Si tú también creciste en modo supervivencia, quiero que sepas que es posible salir de ahí. No de golpe. No sin dolor. Pero sí con intención. Porque si el trauma te enseñó a esconderte, la vida también puede enseñarte a habitarte.

Hoy, yo elijo soltar la caja.

Y tú… ¿qué estás list@ para soltar?


www.marcelabritoavellaneda.com

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sanar relaciones: mi camino para confiar en el amor y la amistad después del trauma

Por mucho tiempo, pensé que algo en mí estaba roto. Que las relaciones no eran para mí, que el amor era una trampa y que las amistades solo funcionaban si yo me adaptaba a lo que los demás querían de mí. Crecer con el peso de una infancia marcada por la violencia sexual me dejó cicatrices que, al principio, ni siquiera entendía. Me volví experta en sobrevivir, pero cuando se trataba de conectar con otros, me sentía perdida. En la amistad, por ejemplo, nunca sabía bien cómo ser yo misma sin sentir que estaba incomodando a alguien. Me costaba abrirme, porque en el fondo tenía miedo de que, si alguien veía quién era de verdad, se alejaría. ¿Cómo confiar en alguien cuando aprendiste que las personas que deberían haberte protegido fueron las primeras en hacerte daño? Así que me refugiaba en la distancia o en la complacencia: decía “sí” cuando quería decir “no”, aceptaba menos de lo que merecía y callaba lo que dolía. En el amor era aún más difícil. La intimidad me asustaba, no solo física,...

Sanar a mamá en mí: cuando el perdón es hacia adentro y el amor se expande

Durante mucho tiempo creí que sanar la relación con mi mamá significaba perdonarla. Perdonarla por lo que no supo darme, por sus ausencias emocionales, por sus silencios, por sus formas. Pero con los años, el camino  me llevó por otra ruta más honda y amorosa: la del perdón hacia mí misma. Porque más allá de lo que ella hizo o dejó de hacer, también yo me herí intentando llenar vacíos. También yo me exigí, me culpé, me hice pequeña o me endurecí para no volver a sentirme como me sentí con ella. También yo me juzgué por no poder “superarlo”, por desear una madre diferente, por querer cerrar la herida con la razón cuando lo que dolía era el alma. Sanar la relación con mamá ha sido, sobre todo, reconocer que ya no quiero seguir cargando ese peso. Que no necesito que ella cambie para yo poder estar en paz. Que no se trata de que me entienda, me pida perdón o me dé lo que nunca pudo. Se trata de dejar de esperar y empezar a vivir desde lo que sí puedo darme ahora . Perdonarme ...

Honrar a mi cuerpo: la dimensión que no podía seguir ignorando

Durante mucho tiempo, enfoqué mi sanación en la mente y el corazón. Leer, hablar, escribir, llorar, entender… Me entregué a eso con fuerza. Pero había algo que, sin querer, seguía dejando por fuera: mi cuerpo . Mi cuerpo también vivió la violencia. Él la guardó. Él la sostuvo cuando yo era pequeña y no podía entender lo que me pasaba. Mi cuerpo aprendió a tensarse, a encogerse, a quedarse quieto, a aguantar. Y aunque mi conciencia haya crecido y evolucionado, él aún carga memorias que no siempre son visibles, pero sí palpables. Hubo un momento en mi proceso donde me di cuenta de que por más que entendiera lo que me pasó, si no incluía a mi cuerpo en la sanación, algo se me iba a quedar incompleto. Empecé a notar cómo reaccionaba mi cuerpo ante ciertas situaciones, palabras, personas. A veces me dolía el pecho sin razón aparente. O me costaba respirar. O me sentía desconectada, como si viviera solo en mi cabeza. Ahí entendí: mi cuerpo necesitaba ser parte activa de mi recuperación...