Ir al contenido principal

Sanar relaciones: mi camino para confiar en el amor y la amistad después del trauma

Por mucho tiempo, pensé que algo en mí estaba roto. Que las relaciones no eran para mí, que el amor era una trampa y que las amistades solo funcionaban si yo me adaptaba a lo que los demás querían de mí. Crecer con el peso de una infancia marcada por la violencia sexual me dejó cicatrices que, al principio, ni siquiera entendía. Me volví experta en sobrevivir, pero cuando se trataba de conectar con otros, me sentía perdida.



En la amistad, por ejemplo, nunca sabía bien cómo ser yo misma sin sentir que estaba incomodando a alguien. Me costaba abrirme, porque en el fondo tenía miedo de que, si alguien veía quién era de verdad, se alejaría. ¿Cómo confiar en alguien cuando aprendiste que las personas que deberían haberte protegido fueron las primeras en hacerte daño? Así que me refugiaba en la distancia o en la complacencia: decía “sí” cuando quería decir “no”, aceptaba menos de lo que merecía y callaba lo que dolía.

En el amor era aún más difícil. La intimidad me asustaba, no solo física, sino emocionalmente. La idea de que alguien se acercara demasiado hacía que mi cuerpo se tensara y mi mente buscara la salida más rápida. O, por el contrario, me aferraba demasiado pronto a relaciones donde confundía necesidad con amor, porque una parte de mí seguía buscando afuera lo que nunca recibí de niña.

Pero un día me pregunté: ¿esto tiene que ser así para siempre? Y la respuesta fue no. La sanación no llegó de golpe ni en una sola forma, pero entendí que no estaba condenada a repetir mi historia. Empecé a trabajar en mí, a poner límites sin miedo, a reconocer que mi valor no dependía de cuánto daba a los demás. Descubrí que el amor no era una prueba que tenía que superar, sino algo que podía recibir sin condiciones.

Hoy sé que confiar es un proceso, pero es posible. Que la amistad puede ser un refugio y el amor una experiencia segura. Que no estaba rota, solo herida, y las heridas pueden sanar. Si has pasado por esto, quiero decirte que no estás solo. Puedes reconstruir tu manera de relacionarte, aprender a recibir sin miedo y abrirte al amor sin que el pasado dicte cada uno de tus pasos. Tienes derecho a vínculos sanos. Tienes derecho a sentirte en paz. Y, sobre todo, tienes derecho a un amor que no duela. 💛


Comentarios

Entradas populares de este blog

Honro a mi abuelo Salomón, una figura paterna que marcó mi vida

A lo largo de la vida, hay personas que, sin buscarlo, dejan una huella profunda. Para mí, una de esas personas fue mi abuelo Salomón. Una figura paterna positiva, amorosa y profundamente respetuosa. El abuelo Salomón era un hombre sensible, con un corazón abierto y una fe inquebrantable. Tenía una espiritualidad serena, que no necesitaba explicarse con palabras: se sentía en su forma de vivir, de confiar, de cuidar. Era muy honrado. Vivía con principios claros, trataba a todos con respeto y nunca levantaba la voz. No usaba malas palabras, no imponía. Acompañaba con presencia, con cariño, con esa elegancia sencilla de los hombres buenos. Reía con sus ojos. Tenía un curioso bigote. Su mirada se iluminaba con ternura, con alegría genuina. Tenía un buen humor constante y una forma de disfrutar lo simple que llenaba de paz a quien lo rodeara.  Y bailaba conmigo. No necesitábamos música fuerte ni grandes fiestas. Bastaba su risa, su gesto, su complicidad. Bailar con él era...

El regalo silencioso de mi papá: creer en mí

Durante años creí que sanar era acumular herramientas, nuevas formas de pensar o técnicas que me ayudaran a “estar mejor”. Pero con el tiempo descubrí algo más profundo: que el verdadero punto de transformación es conocerme a mí misma . Entender cómo funciono, qué me activa, qué me da miedo, qué necesito para sentirme en paz. Y en ese proceso, inevitablemente, miré hacia atrás... y me encontré con mi papá. Mi papá nunca me gritó. Nunca me levantó la mano. Nunca me trató con groserías. Su forma de enseñarme fue con palabras, no con castigos. Me hablaba para hacerme caer en cuenta de lo que podía mejorar. No imponía, explicaba. No controlaba, confiaba. Y quizás eso fue lo más poderoso: Confiaba en mí más de lo que yo misma lo hacía. Él siempre me decía que debía estudiar, aprender, valerme por mí misma. No desde la exigencia, sino desde el amor profundo que desea que su hija no dependa de nadie, que sea libre, fuerte y capaz. Me apoyó incluso cuando no estaba de acuerdo con mi...