Por años pensé que lo que me había pasado no era tan grave. Que había personas que habían sufrido más. Que mis heridas no merecían tanto espacio.
Pero he aprendido que el dolor no se compara. Se siente.
Y lo que yo sentí fue real. Me marcó. Me cambió.
Y eso basta para reconocerlo y atenderlo.
A veces, cuando escuchamos cifras sobre sufrimiento, algo en
nosotros se apaga. Es como si el dolor se volviera ajeno, impersonal. Pero
cuando alguien cuenta su historia, cuando escucho a una sola persona abrir su
corazón, me pasa algo por dentro. Me conecto. Me conmuevo. Me entiendo un poco
más.
Por eso hoy elijo honrar mi historia. No minimizarla.
Lo que viví me dejó huella, y esa huella merece cuidado.
No soy una estadística. No soy un número.
Soy una persona con emociones, recuerdos, preguntas y ganas de sanar.
Sé que a veces duele mirar hacia atrás. Pero también sé que
hay algo profundamente liberador en dejar de fingir que no pasó nada.
Sentir es un acto de valentía. Sanar también lo es.
Cada paso que doy en este proceso me demuestra que no estoy
rota, que no estoy sola y que hay una fuerza en mí que no sabía que tenía.
Mi historia importa.
Y si alguna vez dudaste de la tuya, te lo recuerdo con el corazón en la mano:
lo que viviste también importa. No necesitas justificar tu dolor. No necesitas
compararlo con el de nadie más.
Estamos aquí, intentando comprendernos, abrazarnos,
reconstruirnos.
Porque al final no somos solo razón. Somos emoción que respira, siente y
transforma.
Hoy me permito sentir.
Y en ese acto, también me doy el permiso de sanar.
Y si tú estás leyendo esto y también has sentido que tu
historia no importa, quiero decirte algo:
sí importa.
Tu dolor, tu silencio, tus intentos de seguir adelante… todo eso merece ser
visto con amor.
Tal vez no te conozco, pero te abrazo en la distancia.
Porque sanar no es solo un camino personal: cuando uno de nosotros se atreve a
hacerlo, abre la puerta para que otros también encuentren el valor.
Mi historia importa. Y la tuya también.
Comentarios
Publicar un comentario