Por años llevé mi historia como si fuera una carga.
Me sentía defectuosa. Rota. Como si lo que viví me hubiera quitado algo que
jamás podría recuperar.
El dolor, los recuerdos confusos, esa sensación constante de estar al margen…
todo parecía alejarme de la vida que soñaba.
Pero un día, algo cambió.
Como en la historia de Monet, el pintor.
Cuando su visión comenzó a fallar, dejó de ver los colores “correctos”. Y sin
embargo, no dejó de pintar.
Al contrario. Ese cambio en su forma de ver el mundo le permitió crear una
belleza nueva, completamente suya.
No trató de volver a ver como antes. Usó su diferencia.
Y eso me hizo ver la mía con otros ojos.
Por mucho tiempo pensé que mi trauma me separaba de los
demás.
Pero hoy sé que me dio una sensibilidad profunda.
Puedo leer lo que no se dice.
Puedo sentir el nudo detrás de una sonrisa.
Puedo comprender incluso lo que no logro explicar con palabras.
Mi herida me enseñó a mirar el mundo de otra manera.
Y eso ya no me parece un defecto. Es una perspectiva única.
He comprendido que cuando dejo de pelear con lo que soy,
descubro lo que puedo ser.
No soy menos por lo que viví.
Soy más.
Mi sanación no es un intento por borrar mi pasado.
Es el arte de transformarlo en mi mayor fuente de poder.
Y si tú también has sentido que tu historia te aleja o te
limita, quiero decirte esto:
Tu dolor no te resta. Tu sensibilidad no te separa.
Es probable que ahí, justo donde creías que eras más débil, esté escondida tu
mayor fuerza.
No estás solo. No estás sola.
Estamos muchos aquí, aprendiendo a ver el mundo con nuevos ojos.
Y si tú también eliges transformar tu historia, un día mirarás atrás y dirás:
gracias a eso… ahora soy más.
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