Yo estoy conectada a un campo de abundancia universal, al igual que tú.
Y el dinero es solo una de las muchas formas en las que esa energía llega a mí y a ti.
No me pertenece.
Y tampoco le pertenece a nadie más.
El dinero nos atraviesa.
Llega para ser usado, honrado y puesto en movimiento.
Y cuando lo hago desde un lugar consciente, sin apego, con gratitud, el dinero siempre encuentra caminos para regresar a mí multiplicado.
Y tampoco le pertenece a nadie más.
El dinero nos atraviesa.
Llega para ser usado, honrado y puesto en movimiento.
Y cuando lo hago desde un lugar consciente, sin apego, con gratitud, el dinero siempre encuentra caminos para regresar a mí multiplicado.
Esto no es pensamiento mágico.
Es conciencia energética.
Es un pacto invisible que tengo con la vida: si yo doy desde la confianza, la vida me sostiene.
Yo no veo el dinero como lo ve la mayoría.
No es solo un número en la cuenta, ni un papel que me da seguridad. Para mí, el dinero es energía.
Y, como toda energía, necesita moverse, circular, respirar.
Cada vez que me aferro, que lo retengo por miedo, que lo cargo de ansiedad o culpa, el dinero lo siente.
Y lo que siento es que empieza a estancarse.
Durante mucho tiempo, por las experiencias dolorosas que viví —por los traumas que me marcaron en silencio—, me cerré al flujo natural de la vida.
No me sentía merecedora. Me acostumbré a sobrevivir, a recibir lo justo, a no pedir demasiado.
Y ahí entendí algo profundo:
cuando no me siento digna, freno la energía del dinero, del amor, de la abundancia.
Porque esa energía fluye solo donde hay espacio.
Y yo tenía el espacio lleno de miedo, culpa y autoexigencia.
Sanar mis heridas no solo me ha dado paz…
También me ha abierto a recibir más, a confiar en que la vida puede ser generosa conmigo, a entender que merezco lo que llega sin tener que sufrir primero.
Entendí que el dinero no me da seguridad.
La seguridad la llevo dentro.
Y el dinero me acompaña cuando me muevo desde ahí.
Cada vez que pago con gratitud, que invierto en lo que me nutre, que apoyo a alguien sin esperar nada… siento que la energía se desbloquea.
El dinero comienza a girar.
Y la vida responde.
El dinero quiere moverse.
Quiere llegar a manos que lo usen para bien, para sanar, para construir.
Y por eso me elige a mí.
Pero solo si estoy dispuesta a soltar el miedo, la culpa, el control.
Cuando doy, no pierdo.
Siembro.
Y, cuando menos lo espero, esa semilla florece y regresa a mí en formas que ni siquiera imaginaba.
Hubo un tiempo en el que cobraba con culpa.
Me sentía incómoda al hablar de precios.
Pensaba que no era “espiritual” cobrar por lo que amo hacer.
Hasta que entendí que recibir también es sagrado.
Hoy cobro con amor, con claridad, sin vergüenza.
Porque cuando recibo con gratitud, le estoy diciendo a la vida:
“Yo valgo, yo confío, yo merezco.”
No importa lo que hayas vivido.
No importa si vienes de escasez, de abuso, de trauma o de silencios largos.
Estás despertando.
Y si yo pude abrirme a recibir, tú también puedes.
Este camino no se recorre con prisa, se recorre con intención.
Tu historia no es un límite.
Es el punto de partida para conectar con un nuevo flujo: uno donde el dinero, el amor y la vida te reconozcan como un ser digno de todo.
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