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Lo que creí mi mayor debilidad… era mi verdadero poder

Por años llevé mi historia como si fuera una carga. Me sentía defectuosa. Rota. Como si lo que viví me hubiera quitado algo que jamás podría recuperar. El dolor, los recuerdos confusos, esa sensación constante de estar al margen… todo parecía alejarme de la vida que soñaba. Pero un día, algo cambió. Como en la historia de Monet, el pintor. Cuando su visión comenzó a fallar, dejó de ver los colores “correctos”. Y sin embargo, no dejó de pintar. Al contrario. Ese cambio en su forma de ver el mundo le permitió crear una belleza nueva, completamente suya. No trató de volver a ver como antes. Usó su diferencia. Y eso me hizo ver la mía con otros ojos. Por mucho tiempo pensé que mi trauma me separaba de los demás. Pero hoy sé que me dio una sensibilidad profunda. Puedo leer lo que no se dice. Puedo sentir el nudo detrás de una sonrisa. Puedo comprender incluso lo que no logro explicar con palabras. Mi herida me enseñó a mirar el mundo de otra manera. Y eso ya no me parece un...

¿Mi armadura realmente me protegía?

Cuando era niña, sin saberlo, aprendí a protegerme. A veces era siendo fuerte. Otras, callando. Pasando desapercibida. A veces complacía. O me aferraba al control. Cada uno de esos mecanismos fue una especie de armadura que construí para sobrevivir. Y sí, me ayudó. Me permitió llegar hasta aquí. Pero con el tiempo, empecé a notar algo: ya no me protegía, me limitaba. Recordé la historia del boxeador Mike Tyson. Entrenaba con un casco que, supuestamente, lo protegía. Pero ese casco no evitaba el verdadero daño. Al contrario: al darle una falsa sensación de seguridad, él y sus oponentes golpeaban con más fuerza. Y su cerebro era el que recibía todo el impacto. A veces, nuestras armaduras hacen exactamente eso. Por años creí que no hablar de lo que me dolía me protegía. Pero en realidad me aislaba. Pensé que estar siempre alerta me mantenía a salvo. Pero solo me agotaba. Aprendí a desconectarme del cuerpo para no sentir. Me di cuenta de que estaba sobreviviendo. Per...

Mi historia importa (y la tuya también)

Por años pensé que lo que me había pasado no era tan grave. Que había personas que habían sufrido más. Que mis heridas no merecían tanto espacio. Pero he aprendido que el dolor no se compara. Se siente. Y lo que yo sentí fue real. Me marcó. Me cambió. Y eso basta para reconocerlo y atenderlo. A veces, cuando escuchamos cifras sobre sufrimiento, algo en nosotros se apaga. Es como si el dolor se volviera ajeno, impersonal. Pero cuando alguien cuenta su historia, cuando escucho a una sola persona abrir su corazón, me pasa algo por dentro. Me conecto. Me conmuevo. Me entiendo un poco más. Por eso hoy elijo honrar mi historia. No minimizarla. Lo que viví me dejó huella, y esa huella merece cuidado. No soy una estadística. No soy un número. Soy una persona con emociones, recuerdos, preguntas y ganas de sanar. Sé que a veces duele mirar hacia atrás. Pero también sé que hay algo profundamente liberador en dejar de fingir que no pasó nada. Sentir es un acto de valentía. Sanar tam...

Salir del laberinto: lo que me salvó… luego me encerró

Durante mucho tiempo creí que ser fuerte era la única opción. Callar. Aguantar. Anticiparme al daño antes de que llegara. Adaptarme. Hacer lo que fuera necesario para sobrevivir. Y funcionó. Me protegí como supe. Me escondí en lo correcto, en lo prudente, en lo invisible. Pero lo que me salvó en ese entonces… …más adelante se volvió una cárcel. Una cárcel hecha de hábitos, miedos y viejas soluciones. No siempre es un solo evento el que deja trauma. A veces son los silencios. Las miradas que no llegaron. Las veces que te tragaste el llanto porque nadie iba a sostenerlo. Las veces que fuiste tu propio refugio porque no había nadie más. El trauma se instala. Se cuela en tu forma de respirar, de amar, de reaccionar. Y sin darte cuenta, estás viviendo con el cuerpo en el presente… …pero con la mente atrapada en el pasado. Me pasó. Sentía que hacía todo “bien”, pero algo en mí seguía alerta. Como si algo malo pudiera pasar en cualquier momento. Y lo peor es que, al ...

La caja de tachuelas que me salvó… y que también tuve que soltar

Durante años, viví protegida por una armadura invisible. Me volví experta en detectar el peligro, en controlar cada detalle, en mantenerme firme aunque por dentro me estuviera desmoronando. Crecí con heridas profundas, de esas que no se ven pero que moldean todo. El trauma en mi infancia me enseñó a sobrevivir, y para hacerlo, armé mi propia caja de herramientas: la desconfianza, el silencio, el alejamiento emocional. Me sirvieron. Me salvaron. Pero también me encerraron. Hace un tiempo descubrí algo que me dejó pensando: el Efecto Einstellung . En los años 40, un psicólogo llamado Karl Dunker hizo un experimento con una vela, una caja de fósforos y una caja de tachuelas. El reto era fijar la vela a la pared sin que la cera cayera sobre la mesa. La mayoría intentó lo complicado: clavar la vela o pegarla con la cera derretida. Nadie veía lo más simple: usar la caja vacía de tachuelas como soporte. Eso hacemos muchos de nosotros: usamos lo que conocemos , aunque ya no funcione. Repet...

Sanar el vínculo con papá, aunque ya no esté

Esta semana, al hablar sobre papá con mis hermanos, me di cuenta de algo que nunca había mirado tan de frente: Hay partes de la historia de mi papá que no conozco… y que hoy me hacen falta. No es que no tenga recuerdos con él. Claro que los tengo. Momentos compartidos, palabras, miradas, gestos suyos que se me quedaron grabados. Pero hay preguntas que no hice. Historias que no le pedí que me contara. Temas que no me importaban de joven y que ahora, en esta etapa de mi vida, me duelen por su ausencia. Quisiera saber más sobre lo que pensaba, lo que sentía, lo que lo conmovía. Cómo veía el amor, la vida, la muerte, los hijos, su propio pasado. Hay respuestas que nunca llegarán. Y aunque sé que no las tendré en esta vida, sé que siguen vivas, girando como preguntas en mi corazón. Tal vez un día, en otro plano, nos encontraremos de nuevo y nos daremos el tiempo de contarnos todo eso que se quedó volando. Por ahora, solo puedo mirarlo desde adentro. Y honrar la huella que dej...

Honro a mi abuelo Salomón, una figura paterna que marcó mi vida

A lo largo de la vida, hay personas que, sin buscarlo, dejan una huella profunda. Para mí, una de esas personas fue mi abuelo Salomón. Una figura paterna positiva, amorosa y profundamente respetuosa. El abuelo Salomón era un hombre sensible, con un corazón abierto y una fe inquebrantable. Tenía una espiritualidad serena, que no necesitaba explicarse con palabras: se sentía en su forma de vivir, de confiar, de cuidar. Era muy honrado. Vivía con principios claros, trataba a todos con respeto y nunca levantaba la voz. No usaba malas palabras, no imponía. Acompañaba con presencia, con cariño, con esa elegancia sencilla de los hombres buenos. Reía con sus ojos. Tenía un curioso bigote. Su mirada se iluminaba con ternura, con alegría genuina. Tenía un buen humor constante y una forma de disfrutar lo simple que llenaba de paz a quien lo rodeara.  Y bailaba conmigo. No necesitábamos música fuerte ni grandes fiestas. Bastaba su risa, su gesto, su complicidad. Bailar con él era...