Por años llevé mi historia como si fuera una carga. Me sentía defectuosa. Rota. Como si lo que viví me hubiera quitado algo que jamás podría recuperar. El dolor, los recuerdos confusos, esa sensación constante de estar al margen… todo parecía alejarme de la vida que soñaba. Pero un día, algo cambió. Como en la historia de Monet, el pintor. Cuando su visión comenzó a fallar, dejó de ver los colores “correctos”. Y sin embargo, no dejó de pintar. Al contrario. Ese cambio en su forma de ver el mundo le permitió crear una belleza nueva, completamente suya. No trató de volver a ver como antes. Usó su diferencia. Y eso me hizo ver la mía con otros ojos. Por mucho tiempo pensé que mi trauma me separaba de los demás. Pero hoy sé que me dio una sensibilidad profunda. Puedo leer lo que no se dice. Puedo sentir el nudo detrás de una sonrisa. Puedo comprender incluso lo que no logro explicar con palabras. Mi herida me enseñó a mirar el mundo de otra manera. Y eso ya no me parece un...
Sobreviví a un trauma que dejó heridas invisibles. Hoy comparto el camino de sanación que me llevó a reencontrarme. Mi historia no es solo mía: es puente, es canal, es ofrenda.